El Imperativo de la Ciudadanía

Es innegable desconocer los cambios que se están generando en las sociedades denominadas democráticas; al decir de Nusssbaum, M.(2011) “Las democracias cuentan con un gran poder de imaginación y raciocinio, pero también son propensas a las falacias, al chovinismo, a la prisa, a la dejadez, el egocentrismo y a la estrechez de espíritu”, generan una fuerte sospecha sobre aquello que se imparte a niños y a jóvenes que se encuentran en proceso de formación, máxime cuando se hace apología a la sociedad del conocimiento y en la creación de nuevas formas de comunicación y convivencia global, marginando la formación ciudadana como fundamento de la convivencia en el escenario democrático.

Luego de más de dos décadas del siglo XXI para nuestra cultura occidental y muy especialmente para Latinoamérica y Colombia, proyecta como valor fundamental dentro de lo que se ha llamado política social, la configuración del ciudadano y la ciudadanía.  Los conceptos en términos generales alcanzan desproporciones durante todo su recorrido histórico.  La ciudadanía es resultado de la modernidad en oposición a la concepción en la antigüedad clásica.

Sin embargo, los procesos tienen algo en común: los gobiernos democráticos.  Pero la democracia moderna implica el respeto a la minoría, mientras que la mayoría ejerce su poder a través de la representación a las minorías, estas a su vez, están en pleno derecho de establecer su oposición.  Por ello, no hablamos de una democracia directa, sino indirecta o representativa.  De allí entonces que Rosseau se muestra escéptico con la democracia moderna:

“La soberanía no puede ser representada por la misma razón que no puede ser enajenada; consiste esencialmente en la voluntad general, y la voluntad no se representa; o es ella misma o es otra cosa: no hay término medio.  Los diputados del pueblo no son por tanto, ni pueden ser sus representante, no son más que sus delegados, no pueden concluir nada definitivamente

Toda ley que el pueblo en persona no haya ratificado es nula; no es una ley.  El pueblo inglés se piensa libre.  Se equivoca mucho; sólo lo es durante la elección de los miembros del parlamento, en cuanto han sido elegidos, es esclavo, no es nada.  En los breves momentos de su libertad, el uso que hace de ella bien merece que la pierda”[1].

Es indudable el tiempo que ha transcurrido desde  el juicio de Rousseau; sin embargo, no deja de sorprendernos producciones ya sea del plano interno como por agentes y organizaciones no gubernamentales, que llegan a una misma conclusión respecto a la relación entre ciudadanos y democracia; máxime en nuestro contexto y con una población joven que está en condiciones de superar las nociones de ser catalogadas como miembros de una sociedad de “Cristal”, pues,

Desde hace algunos años, se viene llamando la atención y enfatizando la complejidad y gravedad que adquiere la relación juventud y política en Colombia y América Latina. De manera general, en estas aproximaciones, la situación es presentada como todo un síndrome, una suerte de cuadro sintomático sumamente preocupante. Se llama la atención sobre varios rasgos de esta problemática. Los jóvenes se caracterizarían por su apatía e indiferencia frente a la política, una especie de desgano arraigado frente al tema en sí, como frente a la participación. A muy pocos jóvenes la política les estaría despertando su interés.

Esta es solo una arista que se constituye en motivo para esta reflexión, que tiene como propósito ahondar en este fenómeno desde un proceso investigativo que ha de adelantar en el Observatorio de Convivencia Escolar.

[1] ROUSSEAU, Juan Jacobo.  El contrato Social.  Pág. 98.  Ver también Bobbio, “El futuro de la democracia.  Pág.32.

 

Autor:

Reinaldo Rico Ballesteros: Líder de Apropiación Social del Conocimiento. Universidad de la Costa CUC.

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