Aprehensión y uso del conocimiento en tiempos de crisis: La obsolescencia del conocimiento, ciencia, competencias y capacidades

A lo largo de la historia, el conocimiento ha sido uno de los pilares fundamentales para el progreso de la humanidad, tanto en el ámbito científico como en el desarrollo social y tecnológico. Sin embargo, en las últimas décadas, hemos sido testigos de un fenómeno cada vez más preocupante: la rápida obsolescencia del conocimiento. Este concepto se refiere a la caducidad acelerada de la información y las habilidades en un contexto donde el avance tecnológico y la innovación son constantes. En este artículo, se reflexionará sobre cómo se adquiere y utiliza el conocimiento en una sociedad que enfrenta esta crisis, considerando las interacciones entre la ciencia, el conocimiento, las competencias y las capacidades necesarias para navegar en un entorno de aprendizaje continuo y transformación constante.

La obsolescencia del conocimiento es un fenómeno que afecta a muchas disciplinas, pero tiene un impacto particular en los campos tecnológicos y científicos. Según Drucker (1999), vivimos en una «sociedad del conocimiento», donde la información es el recurso más valioso. Sin embargo, de manera paradójica, esta misma sociedad produce conocimiento a un ritmo tan rápido que la información se vuelve obsoleta en poco tiempo. Un ejemplo de esta crisis se puede ver en el ámbito de la informática, donde las habilidades que eran relevantes hace solo cinco años pueden ya no ser útiles hoy.

Esta dinámica plantea un desafío significativo: ¿de qué manera pueden los individuos, y en particular las instituciones educativas, preparar a las personas para lidiar con un mundo en el que el conocimiento se vuelve obsoleto con rapidez? La solución se encuentra en adoptar un enfoque que valore el desarrollo de habilidades y competencias por encima de la simple adquisición de información. Este enfoque transformador es crucial para adaptarse a un entorno de cambios constantes y a la necesidad de actualización continua de conocimientos.

La obsolescencia del conocimiento tiene un impacto que va más allá de la velocidad de cambio; también afecta la naturaleza de lo que consideramos conocimiento válido. En las ciencias, por ejemplo, el progreso ha sido tradicionalmente acumulativo, donde las nuevas teorías se basan en las anteriores. Sin embargo, las revoluciones científicas, como las describió Kuhn (1962), desafían los paradigmas establecidos y generan nuevos marcos de interpretación. Así, la ciencia no escapa a la obsolescencia, ya que los avances tecnológicos y la investigación pueden invalidar teorías anteriores en cuestión de años o incluso meses.

Este proceso tiene profundas implicaciones en la formación de científicos y profesionales. Según Morin (2000), la educación debe enfocarse en la enseñanza del «conocimiento pertinente», es decir, aquel que ayuda a entender los desafíos actuales y a anticipar los del futuro. Sin embargo, en una sociedad donde la ciencia y la tecnología avanzan a un ritmo sin precedentes, ¿cómo podemos garantizar que lo que se enseña hoy será útil mañana? La clave, nuevamente, está en desarrollar competencias que permitan a las personas no solo adquirir nuevo conocimiento, sino también adaptarse al cambio y, lo que es aún más importante, aprender a desaprender y reaprender cuando sea necesario.

En este contexto, las competencias y capacidades tienen un papel central. Las competencias se definen como el conjunto de conocimientos, habilidades y actitudes que permiten a un individuo desenvolverse de manera efectiva en su entorno. Las capacidades, en cambio, se refieren a la habilidad de poner en práctica esas competencias en situaciones concretas. Ambas son vitales en una era de rápida obsolescencia del conocimiento, ya que permiten a las personas no solo adaptarse al cambio, sino también anticiparlo y gestionarlo.

La UNESCO (2015) ha resaltado la importancia de cultivar competencias clave para el siglo XXI, tales como el pensamiento crítico, la resolución de problemas, la creatividad y la alfabetización digital. Estas competencias no se enfocan únicamente en el dominio de un contenido específico, sino en la capacidad de aplicar el conocimiento de forma flexible y creativa en un entorno en constante evolución. En lugar de educar a las personas para que memoricen información, el enfoque actual debe centrarse en formar individuos que sepan cómo aprender, desaprender y reaprender a lo largo de sus vidas.

Frente a la crisis de la obsolescencia del conocimiento, las instituciones educativas tienen un papel crucial que desempeñar. En lugar de seguir un modelo de enseñanza que se basa en la transmisión de contenidos estáticos, es fundamental adoptar enfoques que fomenten el aprendizaje activo y la adaptabilidad. Según Fullan (2013), las escuelas y universidades deben ser «fábricas de aprendizaje continuo», donde los estudiantes no solo adquieran conocimientos, sino que también desarrollen las competencias necesarias para navegar en un mundo en constante transformación.

Es esencial que los sistemas educativos se transformen para potenciar la habilidad de los estudiantes en colaboración, pensamiento crítico y uso efectivo de la tecnología. Esto requiere un cambio significativo en los métodos de enseñanza, que deben centrarse en el aprendizaje basado en problemas, la investigación y el desarrollo de proyectos. La educación no puede seguir siendo una experiencia pasiva de solo recibir información, sino que debe convertirse en un proceso dinámico que implique una interacción continua con el conocimiento y su aplicación práctica.

La crisis de la obsolescencia del conocimiento presenta retos sin precedentes para las personas, las instituciones educativas y la sociedad en general. En un entorno donde el conocimiento se vuelve obsoleto a una velocidad alarmante, es fundamental reconsiderar nuestra forma de entender y utilizar el conocimiento. En lugar de enfocarnos únicamente en la adquisición de información, debemos fomentar habilidades y capacidades que permitan a las personas adaptarse a los cambios, anticipar nuevos desarrollos y mantener una mentalidad de aprendizaje continuo. Solo así podremos enfrentar los retos de un mundo en constante evolución.

Referencias

Drucker, P. (1999). Managing in a time of great change. Routledge.

Fullan, M. (2013). The new meaning of educational change (4th ed.). Teachers College Press.

Kuhn, T. S. (1962). The structure of scientific revolutions. University of Chicago Press.

Morin, E. (2000). La cabeza bien puesta: Repensar la reforma, reformar el pensamiento. Nueva Visión.

UNESCO. (2015). Competences for the 21st century: Learning outcomes and skills development. UNESCO Publishing.

 

Ana Maria Miranda Tapias. Coordinadora de formación Integral, vinculada a la Institución Educativa Departamental  Rural de Cantagallar (Piñón- Magdalena)

Reinaldo Rico Ballesteros. Docente tiempo completo Universidad de la Costa. Adscrito al Departamento de Humanidades (Barranquilla). Docente Institución Educativa Oficial Ondas del Caribe. (Santa Marta) Adscrito al área de Ciencias Sociales (Historia, filosofía, economía y política)

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