De crisis y oportunidades: Covid y Educación
“Si uno considera los cambios como amenaza, nunca innovará. No deseche algo simplemente porque no era lo que planificó. Lo inesperado es la mejor fuente de innovación”.
El año 20 del siglo XXI sin duda quedará escrito en mayúsculas en los libros de historia del futuro, esto suponiendo que entonces existan todavía los libros de historia. La contingencia generada por el COVID-19 ha tenido unas repercusiones extraordinarias en todos los ámbitos de la vida humana, pero uno de los campos en el que este impacto se ha sentido con más rigor es en la educación, especialmente cuando nos referimos a la educación en países como los de América Latina en los que la brecha digital sigue siendo muy amplia (CEPAL 2020). Sin embargo, si bien es cierto que factores asociados a las condiciones socioeconómicas ayudan a ampliar esa brecha, también hay que decir que hasta ahora la lenta incorporación de la tecnología para mediar procesos educativos muchas veces se ha debido a la falta de voluntad o de formación de los docentes. La pandemia nos puso en un momento histórico en el que la virtualidad deja de ser una opción y se convierte en un imperativo y esto de cara al futuro, al menos en términos de educación, trae más ventajas que desventajas.
En primer lugar, la virtualización de la educación ha permitido la ampliación de recursos y metodologías propios de la formación asincrónica, esta libera al estudiante y al docente de las presiones de tiempo y propicia relaciones más horizontales entre ellos. Esto trae consigo dos beneficios evidentes. El primero es que teniendo en cuenta los problemas de acceso a internet que existen en países como el nuestro, la educación asincrónica disminuye la exclusión en tanto el estudiante puede retomar sus actividades cuando cuente con el tiempo y la conexión adecuados sin regirse a un horario específico (Delgado, 2020). La segunda ventaja de este escenario tiene que ver con la flexibilización de las interacciones lo que favorece la creación de aulas cada vez más democráticas y participativas en tanto son más cercanas al concepto de consenso que propone Habermas.
En segundo lugar, la presión por una educación cada vez más virtual ha puesto a los centros educativos a trabajar seriamente por una de las habilidades a desarrollar en este siglo ya que la alfabetización digital es en el siglo XXI es una condición básica para el ejercicio de una ciudadanía en sentido amplio (Tedesco, 2010). Lejos quedaron los días en los que el conocimiento y manejo de formatos y plataformas digitales eran solo un diferenciador que le daba ventajas a unos profesionales respecto a otros. Hoy el uso de herramientas digitales no hace parte solo del ámbito laboral de la vida de un ciudadano, sino que ha permeado todos los aspectos de su vida, en este sentido quien no esté alfabetizado digitalmente está por fuera de circuito en casi cualquier dimensión del ser humano (Galeano, 2020)
Finalmente, corresponde a los actores de la comunidad educativa y a la sociedad en general saber leer el momento y entender que sobre nuestros hombros recae una responsabilidad histórica: la transformación de nuestros sistemas educativos hacia unos modelos más flexibles e incluyentes. Esperemos que en los libros de historia del futuro o en los formatos que los reemplacen seamos vistos como la generación que pudo transformar no solo el sistema educativo sino las bases mismas de la sociedad a partir de lo que se veía como una crisis.