¿Dónde están nuestros egresados? Reflexiones sobre el perfil y el propósito profesional

“No se trata solo de terminar una carrera, sino de comenzar una trayectoria con propósito.” Esa fue la respuesta de un egresado durante un conversatorio reciente con estudiantes de últimos semestres. La frase, aunque simple, condensa muchas de las preguntas que hoy atraviesan la formación profesional en programas como Ingeniería Industrial: ¿para qué nos estamos formando? ¿Qué papel cumple el ingeniero industrial en el mundo de hoy? ¿Cómo se proyecta su perfil más allá del diploma?

En los últimos años, se ha hecho más evidente que los egresados no se ubican solamente en fábricas o plantas de producción, como podría haberse pensado hace décadas. Hoy están presentes en sectores como la banca, la salud, el transporte, la tecnología, la logística internacional y también en el emprendimiento. Su versatilidad se ha convertido en una de sus mayores fortalezas, justamente porque su formación está orientada al análisis, la mejora continua, la solución de problemas y la gestión eficiente de recursos.

La Universidad de la Costa ha promovido activamente espacios para el seguimiento de egresados y la vinculación con el sector productivo. Sin embargo, esta no debe ser una tarea únicamente institucional, sino también formativa. El estudiante debería tener la oportunidad de visualizar, desde etapas tempranas de su carrera, las múltiples posibilidades de aplicación de su perfil. Esto implica no solo conocer teorías, sino interactuar con casos reales, empresas, retos del entorno y experiencias de quienes ya han recorrido el camino.

Alineado con esta visión, el Ministerio de Educación Nacional, a través del Observatorio Laboral para la Educación, ha publicado que más del 75% de los egresados de Ingeniería Industrial en Colombia se vinculan laboralmente en el primer año tras su graduación (MEN, 2023). Esto demuestra que se trata de una carrera con alta demanda, pero también con exigencias en evolución: el mundo no requiere solamente profesionales “ocupables”, sino profesionales que aporten valor desde el análisis, la ética y la creatividad.

Una tarea clave desde el aula es trabajar con los estudiantes no solo en función del contenido técnico, sino del desarrollo del criterio profesional. ¿Qué decisiones tomarían si lideraran un proceso logístico en condiciones de alta presión? ¿Cómo

comunicarían propuestas de mejora a directivos no técnicos? ¿Qué valores guían sus decisiones cuando optimizar significa reducir personal? Estas preguntas, más allá de ser abstractas, preparan al estudiante para pensar en su futuro con responsabilidad.

Por otro lado, existe un capital muy valioso aún subutilizado: los mismos egresados. Involucrarlos como mentores, conferencistas invitados, asesores de proyectos o ejemplos vivos de lo aprendido es una estrategia poderosa para cerrar la brecha entre la academia y el mundo laboral. No se trata solo de traerlos a “contar su historia”, sino de integrarlos como parte del proceso educativo.

Un enfoque educativo integral implica entender la trayectoria de los egresados no como una línea de cierre, sino como parte viva del ecosistema universitario. Cuando las historias de vida, los logros y también los errores de quienes ya egresaron se convierten en parte del aprendizaje, se forma no solo en competencias, sino en visión de vida.

Finalmente, reflexionar sobre el destino profesional de los estudiantes es también una forma de cuidar la pertinencia del programa. Si los egresados están en múltiples sectores, los proyectos, las prácticas y las metodologías también deben diversificarse. Porque no hay una sola ingeniería industrial: hay tantas como retos tiene el país.

Autora: Nileth Acuña Jiménez Bibliografía

El informe The Future of Jobs del Foro Económico Mundial (2024) indica que las habilidades más demandadas por las organizaciones a nivel global incluyen el pensamiento analítico, el aprendizaje activo, la resolución de problemas complejos, la alfabetización digital y la inteligencia emocional. En este contexto, el ingeniero industrial debe ser capaz de liderar procesos de mejora, tomar decisiones basadas en datos y coordinar equipos multidisciplinarios en entornos híbridos.

Esta transformación del perfil no solo responde a las necesidades de las empresas, sino también a los desafíos globales que enfrentamos como sociedad. El cambio climático, la digitalización acelerada, la automatización de procesos y la necesidad de modelos productivos más responsables exigen profesionales capaces de combinar eficiencia con ética, innovación con sostenibilidad. Por eso, las instituciones de educación superior deben repensar los enfoques pedagógicos tradicionales.

En el caso de la Universidad de la Costa, esto implica integrar experiencias prácticas, el trabajo por proyectos, el uso de simuladores, el análisis de datos reales y la participación en iniciativas de extensión e investigación desde los primeros semestres. No se trata únicamente de aprender a optimizar procesos, sino de entender el impacto que las decisiones industriales tienen en las personas, el ambiente y el desarrollo territorial.

Adicionalmente, la formación debe enfocarse en fortalecer competencias como la comunicación efectiva, la adaptabilidad, el pensamiento sistémico y la gestión de la incertidumbre. Estas habilidades no siempre se abordan desde lo técnico, pero son fundamentales para liderar con sentido en entornos cada vez más complejos. El ingeniero industrial del siglo XXI debe ser capaz de aprender constantemente, de trabajar con tecnologías emergentes y de interactuar con diversos actores sociales y económicos.

La formación universitaria debe servir como espacio para cultivar estas capacidades. No se trata de incluir nuevos temas sin conexión, sino de diseñar experiencias de aprendizaje que integren teoría, práctica y reflexión. Por ejemplo, en proyectos de aula o semilleros de investigación se pueden abordar problemas reales de la región, lo que permite a los estudiantes aplicar lo aprendido, desarrollar pensamiento crítico y adquirir una visión más amplia de su rol profesional.

En síntesis, el ingeniero industrial ya no es solo un optimizador de procesos; es un articulador de soluciones. Su éxito no dependerá únicamente de lo que sepa, sino de su capacidad para adaptarse, colaborar, liderar e innovar. La universidad tiene el desafío de formar profesionales preparados no solo para conseguir un empleo, sino para transformar positivamente los sistemas productivos del país.

Autora: Nileth Acuña Jiménez Bibliografía

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