Educación emocional, pilar del aprendizaje integral

La educación emocional, entendida como la enseñanza formal de habilidades para reconocer, comprender y regular emociones, juega un papel determinante en el éxito académico y la salud mental de los estudiantes (Garaigordobil Landazabal, 2018). En una realidad educativa en la cual la presión, la ansiedad y el agotamiento son cada vez mÔs frecuentes, integrar competencias emocionales en los currículos no resulta ya una opción, sino una necesidad imperiosa si se desea fomentar el bienestar y el rendimiento integral del alumnado.

En primer lugar, adquirir destrezas emocionales contribuye directamente al desempeño escolar. La literatura científica da cuenta de que los programas escolares universales de aprendizaje social y emocional (SEL, por sus siglas en inglés), tienen efectos consistentes y confiables en el comportamiento escolar, la regulación emocional y el logro académico (Bharwaney, 2010; Pérez Escoda y Filella Guiu, 2019). Asimismo, el Consorcio CASEL (2023) reporta que estudiantes expuestos a SEL muestran mayores niveles de funcionamiento escolar, reflejados en notas, asistencia y cumplimiento de tareas. La evidencia, por tanto, demuestra que el complemento emocional favorece las capacidades cognitivas y disiente de la anquilosada dicotomía entre emociones y aprendizaje.

En segundo lugar, existe una fuerte relación bidireccional entre salud mental y rendimiento académico. Arntz Vera y Trunce Morales (2019), por ejemplo, demuestran que una salud emocional deteriorada predice menor rendimiento académico, incluso en el mediano plazo, mientras que factores como el autocuidado y la autorregulación pueden fungir como moderadores. Asimismo, se ha probado que altos niveles de inteligencia emocional estÔn asociados con mayor autoeficacia, motivación y resiliencia, variables que median favorablemente tanto la salud psicológica como el éxito académico (Alzina, 2009; Bharwaney, 2010; Cabanas, 2021). Por consiguiente, fomentar el desarrollo emocional no sólo mejora la calidad de vida de los estudiantes, sino que mejora directamente sus resultados educativos.

En vista de sus virtudes, es necesario incorporar la educación emocional de forma formal y estructurada al ejercicio pedagógico. Cuando las emociones se consideran parte del currículo, la escuela puede transformarse en un entorno donde los estudiantes encuentren apoyo emocional, pertenencia y seguridad. La percepción de un clima escolar positivo se relaciona directamente con menores niveles de ansiedad y depresión, así como adhesión al aprendizaje (Bisquerra, 2011). De este modo, la escuela no es solo un lugar de transmisión de contenidos, sino un espacio protector que fomenta la salud emocional y cognitiva.

Pero implementar la educación emocional no es tarea sencilla. No basta con ofrecer talleres o actividades asociadas: se requiere formación docente continua, recursos y políticas públicas que la respalden. Las escuelas deben proporcionar apoyo tanto en el aula como en la comunidad para promover la salud mental y el éxito académico. MÔs aún, programas exitosos exigen la participación comprometida del alumnado en los que se encuentren claramente definidos los protocolos que permitirÔn la integración emocional como parte del proceso de aprendizaje.

La educación emocional no es, por tanto, un añadido; se trata de un pilar del aprendizaje integral. Al fomentar la inteligencia emocional desde una perspectiva pedagógica estructurada, mitigamos el estrés, reforzamos la salud mental, mejoramos el clima escolar y elevamos el rendimiento académico, habilidades que, entrenadas desde temprana edad y estructuradas dentro del currículo, forman estudiantes mÔs resilientes, motivados y capaces de afrontar los retos contemporÔneos.

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Referencias

Alzina, R. (2009). La inteligencia emocional en la educación. Editorial Graó.

Arntz Vera, J., & Trunce Morales, S. (2019). Inteligencia emocional y rendimiento académico en estudiantes universitarios de nutrición. Investigación en educación médica, 8(31), 82-91. https://doi.org/10.22201/facmed.20075057e.2019.31.18130.

Bharwaney, G. (2010). Vida Emocionalmente Inteligente: estrategias para incrementar el coeficiente intelectual. DesclƩe De Brouwer.

Bisquerra, R. (2011). Educación Emocional. Propuestas para educadores y familias. Desclée de Brouwer.

Cabanas, E. (2021). La vida emocional en la escuela: Educación para el bienestar. Editorial Planeta.

CASEL. (2023). What is SEL? Collaborative for Academic, Social, and Emotional Learning. Obtenido de https://casel.org/what-is-sel/

Garaigordobil Landazabal, M. (2018). La educación emocional en la infancia y la adolescencia. Participación educativa, 5(8), 105-128. https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=6785345&orden=0&info=link.

Pérez Escoda, N., & Filella Guiu, G. (2019). Educación emocional para el desarrollo de competencias emocionales en niños y adolescentes. Praxis & Saber, 10(24), 23-44. https://doi.org/10.19053/22160159.v10.n25.2019.8941.

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Arnold Francisco Dƭaz JimƩnez -Profesor Medio Tiempo.

Departamento de Humanidades.

Invitado

Mgtr. Sonnyer MartĆ­nez Moreno – Profesor Universidad De La Costa, CUC.

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