El Ingeniero Industrial Como Actor Clave En La Competitividad Territorial

Cuando se habla de competitividad territorial, muchas veces se piensa en grandes infraestructuras, tratados comerciales o zonas francas. Sin embargo, uno de los factores más decisivos —y muchas veces invisibles— es el talento humano. La capacidad de una región para mejorar sus indicadores de productividad, innovación y sostenibilidad depende, en gran medida, del tipo de profesionales que forma, retiene y articula con su tejido productivo. Y en ese escenario, el ingeniero industrial tiene un papel cada vez más protagónico.

La formación en ingeniería industrial ofrece una visión sistémica de los procesos, permite entender cómo se relacionan las distintas áreas de una organización, y desarrolla competencias para optimizar recursos, mejorar operaciones y tomar decisiones basadas en datos. Estas características hacen que el ingeniero industrial sea altamente adaptable a distintos sectores económicos, desde la manufactura hasta la salud, pasando por la logística, el comercio, la educación y los servicios públicos.

En el contexto del Caribe colombiano, este perfil adquiere un valor estratégico. Las dinámicas regionales muestran una economía diversa, con presencia de grandes empresas, MIPYMES, clústeres sectoriales y emprendimientos en crecimiento, todos enfrentando desafíos como la formalización, la digitalización, la sostenibilidad y la gestión del talento. El ingeniero industrial, con su capacidad de análisis y mejora, puede intervenir en estos escenarios para transformar estructuras organizacionales, fortalecer cadenas de valor y diseñar soluciones adaptadas al territorio.

Un ejemplo concreto de cómo esta profesión aporta a la competitividad regional es la participación activa en procesos de logística urbana, uno de los cuellos de botella más evidentes en ciudades como Barranquilla. La congestión vehicular, la falta de planeación en las rutas de distribución y la baja adopción de tecnologías generan sobrecostos y afectan la eficiencia del comercio local. Aquí, el ingeniero industrial puede liderar la planificación de redes logísticas más sostenibles, aplicar modelos de optimización, proponer indicadores de desempeño y trabajar con actores públicos y privados para mejorar los flujos de bienes y servicios.

Desde la academia, es fundamental preparar a los estudiantes para este tipo de desafíos. En la Universidad de la Costa, por ejemplo, se han impulsado proyectos donde los estudiantes analizan casos reales del entorno, formulan propuestas de mejora para empresas locales y participan en actividades de extensión e investigación con enfoque territorial. Estas experiencias permiten desarrollar no solo habilidades técnicas, sino también sensibilidad social, visión estratégica y compromiso con el desarrollo regional.

Pero para que esta articulación entre universidad y entorno sea efectiva, también se requiere una transformación en la forma en que concebimos el currículo. Es necesario incluir contenidos sobre competitividad, desarrollo económico, políticas públicas, sostenibilidad y análisis del contexto local. También es clave fomentar prácticas interdisciplinares, alianzas con instituciones públicas y privadas, y el uso de datos regionales como insumo pedagógico.

El Consejo Privado de Competitividad (2023) ha señalado que las regiones más exitosas son aquellas que logran conectar su sistema educativo con las necesidades del mercado, que promueven la formación en competencias clave y que crean mecanismos para facilitar la incorporación de jóvenes profesionales al sector productivo. En ese sentido, el ingeniero industrial no solo debe estar preparado para integrarse al mundo laboral, sino también para liderar procesos, proponer cambios y participar en la formulación de estrategias territoriales.

Este rol exige una actitud proactiva por parte del estudiante. Es fundamental que entienda que su carrera no es solo una vía para obtener un empleo, sino una herramienta para transformar realidades. Que el aula es solo el punto de partida, y que su impacto se mide en la capacidad de aportar valor a las organizaciones y al entorno. Porque cuando un ingeniero industrial se compromete con su región, con sus retos y con su gente, la competitividad deja de ser un indicador abstracto y se convierte en una oportunidad compartida.

Autora: Nileth Acuña Jiménez

Bibliografía

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