¿Es posible que cada persona cree su propio sentido de la vida sin caer en una fragmentación extrema de la sociedad?
Vivimos en una época de proliferación de subjetividades. Las grandes narrativas que alguna vez cohesionaron a las sociedades —religión, patria, ideología política— han sido debilitadas por procesos como la secularización, la globalización y el auge del individualismo. En este contexto, se impone una pregunta crucial: ¿es posible que cada persona construya su propio sentido de la vida sin que ello desemboque en una fragmentación extrema del tejido social?
Esta pregunta interpela no solo a la ética y a la filosofía de la existencia, sino también a la antropología, la sociología y la política. Supone cuestionarse si la autonomía individual puede sostenerse sin referencias comunes o si, por el contrario, requiere de vínculos simbólicos compartidos. En este blog reflexionaremos sobre esta tensión a partir de la tradición filosófica contemporánea, observando los aportes de autores como Viktor Frankl, Zygmunt Bauman, Charles Taylor, Byung-Chul Han y Martha Nussbaum.
El sentido de la vida como tarea personal
Desde una perspectiva existencial, el sentido de la vida no es un dato objetivo que se descubre, sino una tarea que se asume. Viktor Frankl, psiquiatra austríaco y sobreviviente de los campos de concentración nazis, argumentó que el ser humano es un “buscador de sentido” y que esa búsqueda es lo que permite afrontar incluso las circunstancias más extremas (Frankl, 2004). En su libro El hombre en busca de sentido, Frankl afirma que cada individuo tiene la capacidad de otorgar valor y orientación a su existencia a través del compromiso con valores, personas o proyectos.
Este enfoque implica una afirmación radical de la libertad personal. La vida no tiene un sentido predeterminado; somos nosotros quienes debemos generarlo. Sin embargo, esta libertad no puede convertirse en arbitrariedad ni en mero capricho. Para Frankl, el sentido está siempre vinculado a la responsabilidad: frente a uno mismo, a los otros y al mundo.
El riesgo de la hiperindividualización
No obstante, la exaltación del yo moderno ha producido también efectos ambivalentes. Zygmunt Bauman, en su análisis de la “modernidad líquida”, advierte que la pérdida de estructuras sólidas de orientación ha llevado a los sujetos a una constante reinvención de sí mismos (Bauman, 2001). Esta libertad puede volverse angustiante cuando no se encuentra enmarcada por referentes estables que brinden consistencia a la identidad.
La fragmentación aparece cuando cada sujeto vive inmerso en su propia burbuja existencial, desconectado de narrativas colectivas. La vida se vuelve una sucesión de elecciones inmediatas, sin coherencia interna ni compromiso duradero. En este escenario, el sentido corre el riesgo de devenir efímero, utilitario o consumista.
Bauman llama la atención sobre cómo el mercado ha cooptado la búsqueda de sentido, ofreciendo productos y experiencias como sucedáneos de la realización personal. La consecuencia es una sociedad atomizada, donde la pertenencia se sustituye por la afiliación temporal y las relaciones profundas por vínculos superficiales.
Comunidades de sentido y el reconocimiento
Frente a esta deriva, Charles Taylor propone una reflexión sobre la necesidad de marcos de referencia compartidos. En su obra Las fuentes del yo, Taylor (1994) sostiene que el sujeto no puede constituirse al margen del reconocimiento social. Es decir, nuestra identidad y nuestro sentido vital emergen en diálogo con otros, dentro de lenguajes culturales que nos preceden.
Para Taylor, el individuo moderno necesita libertad, pero también arraigo. El ideal de la autonomía debe ser matizado por el de la autenticidad, entendido como la fidelidad a una tradición o comunidad con la que se dialoga críticamente. El sentido de la vida, entonces, no es solo una creación solitaria, sino una negociación entre la interioridad y la historia colectiva.
Esta perspectiva rescata el valor de las comunidades de sentido: grupos humanos que comparten símbolos, valores y proyectos. Estas comunidades no tienen que ser cerradas ni dogmáticas, pero sí suficientemente consistentes para ofrecer a sus miembros pertenencia, orientación y reconocimiento.
El narcisismo de la era digital
Uno de los retos más agudos para la construcción de sentido hoy en día es el ecosistema digital. Byung-Chul Han ha denunciado cómo la lógica del rendimiento, la exposición constante del yo y la hiperconectividad han transformado profundamente la subjetividad contemporánea (Han, 2014).
En textos como La sociedad del cansancio y La expulsión de lo distinto, Han argumenta que el sujeto posmoderno vive atrapado en una autoexplotación narcisista, que lo lleva a rendir sin sentido. La vida se convierte en un proyecto de optimización personal, donde el otro es visto como amenaza, competencia o espejo. Esta dinámica erosiona la posibilidad de vínculos profundos, necesarios para construir un sentido más allá del ego.
Además, la sobreabundancia de información fragmenta la atención, debilitando la capacidad de contemplación, introspección y compromiso. La experiencia se vuelve fugaz, y con ella se diluye también la posibilidad de significación duradera. En lugar de un proyecto de vida, lo que impera es la acumulación de momentos gratificantes.
Una ética del cuidado y la interdependencia
Frente al riesgo de fragmentación, autores como Martha Nussbaum proponen una reconstrucción ética basada en las capacidades humanas. En su teoría del desarrollo humano, Nussbaum (2012) destaca que el florecimiento de la persona no puede ser una empresa puramente individual: requiere condiciones materiales, afectivas y sociales que solo pueden garantizarse en comunidad.
Nussbaum propone una ética del cuidado y la interdependencia, donde el sentido no se construye en oposición a los demás, sino en relación con ellos. El reconocimiento de la vulnerabilidad humana y la necesidad del otro constituyen la base para una vida con sentido y justicia.
En este marco, crear un sentido de vida propio no es incompatible con el bien común. Por el contrario, es a través de la interacción ética, del compromiso con causas comunes y del cuidado mutuo que la vida adquiere su máxima densidad.
De la singularidad con vínculos
La posibilidad de que cada persona cree su propio sentido de la vida sin provocar una fragmentación social extrema depende de cómo se entienda dicha creación. Si se concibe como un acto puramente individual, desligado del otro y de la historia, inevitablemente conducirá a una sociedad disgregada. Pero si se asume como una construcción relacional, situada y responsable, entonces puede enriquecer el tejido social.
La clave está en armonizar autonomía y pertenencia, libertad y responsabilidad, singularidad y comunidad. Para ello, necesitamos revitalizar espacios de encuentro, diálogo y reflexión colectiva donde las diversas búsquedas de sentido puedan coexistir y nutrirse mutuamente.
En un mundo que tiende a la dispersión, el desafío filosófico no es eliminar la pluralidad, sino evitar que esta degenere en soledad. Se trata, en última instancia, de recuperar la dimensión ética de la existencia y de recordar que el sentido más profundo de la vida se halla no solo en el yo, sino en el nosotros.
Referencias
Bauman, Z. (2001). *Modernidad líquida*. Fondo de Cultura Económica.
Frankl, V. E. (2004). *El hombre en busca de sentido*. Herder.
Han, B.-C. (2014). *La sociedad del cansancio*. Herder.
Nussbaum, M. C. (2012). *Crear capacidades: Propuesta para el desarrollo humano*. Paidós.
Taylor, C. (1994). *Las fuentes del yo: La construcción de la identidad moderna*. Paidós.
Autores Invitados:
Ana Maria Miranda Tapias:
- Coordinadora de la IED Rural de Cantagallar en el Piñón Magdalena.
- Representante principal de los empleados ante el Comité de Convivencia Laboral de Secretaría de Educación del Departamento del Magdalena.
- Miembro de la Unión sindical de directivos de la educación USDE seccional Magdalena.
Reinaldo Rico Ballesteros:
- Docente IED Ondas del Caribe. Santa Marta.
