La importancia de la lectura crítica en la formación del ciudadano del siglo XXI
En los últimos años, los avances en neurociencia han revolucionado la forma en que entendemos cómo funciona el cerebro cuando aprende. Estos descubrimientos han influido en cómo los profesores enseñan, permitiendo el uso de nuevas metodologías. Hoy en día, no se trata solo de dar clases y transmitir conocimientos, sino también de entender qué sucede en el cerebro de los estudiantes mientras aprenden, y cómo esa comprensión puede mejorar su capacidad de aprender y desarrollar habilidades.
Un concepto clave que nos ha dejado la neurociencia educativa es la neuroplasticidad, que básicamente dice que el cerebro puede reorganizarse y adaptarse a nuevas experiencias. Esto ha cambiado la forma en que pensamos sobre el aprendizaje. Nos hace pensar que siempre es posible aprender algo nuevo, sin importar la edad. Los docentes ahora pueden aplicar este conocimiento en el aula, implementando estrategias que fomentan la memoria y la retención de lo aprendido.
Por ejemplo, estudios como los de Immordino-Yang & Damasio (2007) nos muestran que las emociones tienen un papel esencial en el aprendizaje. Cuando algo nos emociona, es mucho más fácil recordarlo. Esto significa que los docentes pueden crear experiencias de aprendizaje que no solo activen la mente de los estudiantes, sino que también toquen sus emociones, mejorando la memoria y el entendimiento.
Además, sabemos que los estudiantes aprenden mejor cuando están activos en su proceso, y no solo cuando reciben información de manera pasiva. Por esto, metodologías como el aprendizaje basado en proyectos (ABP) o el trabajo en equipo se enfocan en que los estudiantes construyan su propio conocimiento. Con estos enfoques, la enseñanza se convierte en un proceso colaborativo, donde el estudiante es quien toma el control de su propio aprendizaje.
Aplicar los descubrimientos de la neurociencia no solo implica usar nuevas tecnologías o métodos innovadores. Los profesores pueden hacer cambios simples pero efectivos, como gestionar mejor el tiempo de atención de los estudiantes o utilizar reforzamientos positivos.
Uno de los principios más importantes es la «consolidación» de la información. Cepeda et al. (2006) han demostrado que, para que el cerebro retenga la información a largo plazo, es esencial repasar los contenidos de manera espaciada. Los docentes pueden aplicar este principio repitiendo la enseñanza de conceptos clave en varios momentos a lo largo del tiempo, lo que ayuda a los estudiantes a reforzar lo aprendido. Esto mejora la memoria y permite que el conocimiento se relacione de manera más profunda con otras ideas.
Otro principio importante es la variabilidad en cómo se presenta la información. El cerebro aprende mejor cuando se le ofrece la información de diferentes maneras. Usar videos, discusiones, juegos y actividades prácticas no solo facilita la comprensión, sino que también activa diferentes áreas del cerebro, lo que ayuda a retener mejor la información (Mayer, 2005).
Es fundamental que los docentes comprendan que el cerebro de los estudiantes no está completamente desarrollado hasta la adolescencia. Cada etapa del desarrollo tiene sus propios retos y capacidades, lo que significa que las estrategias de enseñanza deben adaptarse a cada fase.
En los primeros años de vida, el cerebro de los niños se desarrolla rápidamente, y la estimulación temprana es clave para su desarrollo cognitivo y emocional. Los docentes en la educación infantil deben crear experiencias de aprendizaje que fomenten la curiosidad y el juego, algo que ayuda a que se formen nuevas conexiones neuronales (Shonkoff & Phillips, 2000).
En la adolescencia, el cerebro sigue madurando, especialmente en lo que respecta a la toma de decisiones y el control de las emociones. En esta etapa, los docentes deben proporcionar un ambiente estructurado y apoyo emocional, ya que los adolescentes tienden a responder mejor a recompensas inmediatas. Los profesores pueden usar este conocimiento para motivar a los estudiantes a involucrarse más en el proceso de aprendizaje (Steinberg, 2005).
La neurociencia educativa nos ofrece muchas herramientas útiles para mejorar cómo enseñamos y aprendemos. Al entender cómo funciona el cerebro, los educadores pueden crear experiencias de aprendizaje que se adapten mejor a las necesidades y etapas de desarrollo de los estudiantes. Incorporar estos principios en las metodologías de enseñanza no solo mejora el rendimiento académico, sino que también promueve el bienestar emocional de los estudiantes, preparándolos para los retos que enfrentarán en el futuro. La educación del mañana debe ver al cerebro como un aliado clave para formar a los estudiantes de manera integral.
Referencias
Cepeda, N. J., Pashler, H., Vul, E., Wixted, J. T., & Rohrer, D. (2006). Distributed practice in verbal recall tasks: A review and quantitative synthesis. Psychological Bulletin, 132(3), 354–380. https://doi.org/10.1037/0033-2909.132.3.354
Immordino-Yang, M. H., & Damasio, A. R. (2007). We feel, therefore we learn: The relevance of affective and social neuroscience to education. Mind, Brain, and Education, 1(1), 3–10. https://doi.org/10.1111/j.1751-228X.2007.00004.x
Mayer, R. E. (2005). The Cambridge Handbook of Multimedia Learning. Cambridge University Press.
Shonkoff, J. P., & Phillips, D. A. (2000). From neurons to neighborhoods: The science of early childhood development. National Academy Press.
Steinberg, L. (2005). Cognitive and affective development in adolescence. Trends in Cognitive Sciences, 9(2), 69–74. https://doi.org/10.1016/j.tics.2004.12.005
Arnold Francisco Díaz Jiménez -Profesor Medio Tiempo.
Departamento de Humanidades.
Invitado
Mgtr. Sonnyer Martínez Moreno – Profesor Universidad De La Costa, CUC.
